Innovadores suramericanos del arte digital
El MOLAA presenta “Arteônica: Arte, ciencia y tecnología en América Latina hoy” hasta el 23 de febrero de 2025

Foto: Yubo Dong ofstudio photography, proporcionada por el Museo de Arte Latinoamericano (MOLAA, por sus siglas en inglés)
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En la exposición, hay máquinas que charlan entre sí, dan voz al silencio cósmico, se resisten al avasallamiento tecnológico y recitan poesías.
En marzo de 1971, el pionero del arte informático Waldemar Cordeiro (brasileño nacido en Italia, 1925- 1973) logró reunir en la exposición “Arteônica” a innovadores suramericanos que hacían obras de arte usando tecnología electrónica.
Estos creadores formaban parte del movimiento artístico del mismo nombre, liderado en Brasil por Cordeiro entre 1969 y 1973, el cual hoy, cinco décadas después, sigue más vigente que nunca por la crítica reflexión que hace de la sociedad frente a la tecnología.
Dichos precursores comenzaron a moldear la historia del arte electrónico en Latinoamérica. En la exposición de 1971, el público tuvo la oportunidad excepcional de apreciar piezas hechas con ordenadores, una novedad en su momento cuando solo países desarrollados habían incursionado en el arte digital.
Ahora, en Long Beach el público tiene la ocasión de dejarse sorprender con obras electrónicas hechas en los sesenta por Cordeiro y en décadas posteriores por otros extraordinarios exponentes del movimiento arteônica de Argentina, Brasil, Chile, México y Perú.
Los trabajos componen la exposición “Arteônica: Arte, ciencia y tecnología en América Latina hoy” que puede visitarse en el Museo de Arte Latinoamericano (MOLAA, por sus siglas en inglés) hasta el 23 de febrero de 2025. La muestra forma parte de “ARTE PST: El arte y la ciencia colisionan”, iniciativa del Getty que incluye actividades artísticas de distinta índole en museos e instituciones del sur de California.
“Cordeiro fue un innovador que veía a la tecnología como una herramienta democratizadora del arte y la cultura con la capacidad de llegar a los rincones más dispersos de su extenso país”, explica Gabriela Urtiaga, jefa de Curaduría del MOLAA y directora de la exhibición.
Las obras de los pioneros comparten espacio con las de artistas que han continuado el legado de los fundadores en las galerías pintadas en el tono azul que evoca las pantallas de ordenador de antaño.
Jugando al teléfono roto

Fala, 2011-2024, Rejane Cantoni y Leonardo Crescenti. Instalación. Cortesía de la artista
Foto: Yubo Dong ofstudio photography, proporcionada por el Museo de Arte Latinoamericano (MOLAA, por sus siglas en inglés)
Un gran ejemplo de estas imaginativas piezas es Fala (en español, “habla”), en evolución desde 2011. Se gestó cuando los artistas Rejane Cantoni (Brasil, 1959) y Leonardo Crescenti (Brasil, 1954- 2018) se preguntaron qué sucedería si los artefactos hablaran entre ellos y qué tipo de conversación entablarían. La pareja concluyó que es una conversa "invisible”. Pero Fala logró lo imposible: visualizar el coloquio maquinal.
La obra consiste en una máquina parlante autónoma e interactiva que está compuesta por cuarenta celulares. “Está diseñada —explica Cantoni— para establecer comunicación y sincronización automática entre humanos y máquinas, y entre máquinas y máquinas”.
En el montaje, los aparatos móviles están organizados como coristas en escena bajo los reflectores, prestos a interpretar una bella sinfonía. La batuta es un micrófono y el conductor es el espectador quien, al vocear una palabra, comienza un armonioso diálogo con los términos que los dispositivos pronuncian.
Los celulares son conversadores autónomos que captan la palabra emitida por la persona y ¡hablan! Ellos articulan un sinónimo o un vocablo fonéticamente similar y, además, lo visibilizan en su pantalla. Cuando el espectador oye y ve la palabra expresada, se pone en marcha el diálogo persona-máquina, y máquina-máquina.
Si el observador dice “casa”, el aparato podría responder “hogar”, “techo”, “ventana” o, dadas las semejanzas fonéticas, “ala”, y así sucesivamente. Con Fala, el diálogo comienza de una manera, pero su final es incierto, como en el juego del teléfono roto. El humano mantiene el control; si no interviene, Fala conversará eternamente.
Hilando el universo

Khipu Electrotextile Pre-Hispanic Computer, 2018. Constanza Piña. Materiales mixtos. Cortesía de la artista
Foto: Yubo Dong ofstudio photography, proporcionada por el Museo de Arte Latinoamericano (MOLAA, por sus siglas en inglés)
Quipu Computador electro-textil prehispánico es otra de las ingeniosas obras expuestas en el MOLAA. Concebida por la artista electrónica Constanza Piña (Chile, 1984), la pieza consta de una piedra sobre la cual hay una antena conectada a un fastuoso “abanico” de 10 y 16 pies de largo con 180 hilos que parecen volar hacia el cielo infinito. Aunque la instalación se ve como un abanico es, realmente, la recreación de un quipu (en quechua, “nudo”).
Los quipus eran usados por las culturas precolombinas, en particular por el Imperio Inca. Eran ramales de cuerdas con nudos enlazados a mano hechas de lana u otros materiales orgánicos. Según los investigadores, la mayoría de los quipus fueron destruidos por los colonizadores españoles y sobreviven unos pocos que no se pueden decodificar.
En términos de hoy, los quipus era computadores portátiles que registraban actividades importantes, como censos, impuestos, calendarios, reservas de alimentos, etc. Los hilanderos, conocidos como quipucamayos (los programadores de la época), codificaban el cordón haciendo nudos y leían a los caciques la información anudada para ayudarlos a gobernar. “Los nudos transmitían la sabiduría de las antiguas civilizaciones andinas”, explica Piña.
El Quipu Computador electro textil prehispánico, tejido por ella y otras mujeres, es un uno astronómico de 2018. “Nos reunimos a hilar el universo”, relata Piña. Anudaron hilos de alpaca entretejida con alambres de cobre. El quipu plasma al Boyero, la costelación que estaba en el cielo durante las sesiones de trabajo, en el verano boreal de 2017.
¿Cómo habría evolucionado la tecnología de los quipus si su desarrollo no se hubiera interrumpido? “El quipu astronómico conceptualizado por Piña especula sobre un posible quipu del siglo XXI”, dice el peruano José Carlos Mariátegui, miembro del equipo curatorial. Piña se imaginó que el quipu de nuestros días sería una interpretación sonora y artística de la tecnología, la ciencia y la historia de los antepasados.
“En cualquier lugar alrededor de esta instalación hay ondas electromagnéticas que registran, valga la redundancia, las ondas electromagnéticas del lugar y las condensan en la antena que genera un sonido amplificado con parlantes”, agrega Mariátegui. Cuando las personas caminan alrededor del quipu astronómico escuchan resonancias que bien podrían ser la voz del silencio cósmico.
Computación artesanal

Game of Life, 2008, Leo Núñez. Instalación de vida artificial. Colección permanente del Museo de Arte Latinoamericano (MOLAA, por sus siglas en inglés).
Foto: Yubo Dong ofstudio photography, proporcionada por el MOLAA
De acuerdo con la curadora Urtiaga, dos de las tantas obras que han llamado la atención de los jóvenes que han visitado la exhibición, han sido El juego de la vida, de Leo Núñez (Argentina, 1975), y Rana, del suizo peruano Francesco Mariotti (1943).
La pieza de Núñez, de 2008, está basada en el famoso algoritmo El juego de la vida, diseñado por el matemático británico John Horton Conway en 1970. Este algoritmo, en ese entonces llamado “vida artificial” es ahora conocido como “inteligencia artificial”.
La obra de Núñez es un tablero colgado que está compuesto de cables expuestos y luces azules en movimiento. La luminosidad azul aparece y desaparece al ritmo de los movimientos que el observado hace con su cuerpo. Es una obra rebelde que reta y altera al algoritmo de Conway. ¿Cómo? Núñez lo explica: “Mientras el original se concibió como un objeto que, sin importar cómo empieza, termina siempre de la misma forma, yo le doy humanidad. Mi algoritmo fue pensado para ser perturbado por los cuerpos humanos”. Así, la obra proclama resistencia al avasallamiento tecnológico pues es la persona quien controla al algoritmo.
Una de las enseñanzas que esta obra deja en la juventud es que es posible romper la barrera entre los dispositivos y el usuario. Otra es que la tecnología no se concibe y construye en un instante. “El espectador ve las 3000 soldaduras que hice a mano, lo cual provee una experiencia visual de la paciencia requerida para que crear tecnología”, agrega.
La rana recita

Rana, 1987, Francesco Mariotti. Estructura en metal y computadora. Cortesía del artista
Foto: Yubo Dong ofstudio photography, proporcionada por el Museo de Arte Latinoamericano (MOLAA, por sus siglas en inglés)
Por su parte, Rana, de 1987 sorprende por lo avanzada que es para su tiempo. Mariotti es conocido por sus esculturas tecnozoomórficas que combinan tecnología y naturaleza. En Rana, él usa circuitos, sensores y computadoras para crear una figura que parece tener vida. Algunas de sus obras, conectadas con la cultura andina y amazónica, “recitan” textos que bien podrían considerarse “poesías”.
El computador se asemeja al cuerpo de una rana y tiene que ver con el contexto amazónico, los animales y la inteligencia, pero no artificial, sino de la inteligencia que no es humana.
La suya es una de las piezas más antiguas que se presenta en la exposición. Rana es interesante porque habla. Dice ‘hablo, hablo en italiano, soy inteligente’. El hecho de que habla significa que es inteligente, pero al mismo tiempo se hace la pregunta, ‘¿soy inteligente?, hablo, ¿hablo?’”, explica Mariotti. En el marco de la discusión actual en torno de la inteligencia artificial, Rana invita a la reflexión.